Experimentos domésticos: el Hogar


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Hace tiempo escuché a alguien decir que en el estudio de arquitectura donde trabajaba, una casa antigüa de una ciudad de Irlanda, tenían estufa de leña, y la encendían cada mañana. Quiero imaginar que no la encendía siempre la misma persona, sino que cada semana se encargaría alguien del equipo, no sólo de encender, sino también de mantener el fuego a lo largo de todo el día. Es una buena manera de hacer equipo, pienso. Y aunque sea más incómodo, menos eficiente que una calefacción completamente automatizada, tiene ese rastro de las labores cotidianas que alguien hace no sólo para sí mismo, sino para el común, algo que requiere un poco más de implicación, de arte, de capacidad de gestión de las labores domésticas compartidas, que pulsar un botón. Y eso que yo no soy una nostálgica de tiempo pasados; para mí es importante tener la posibilidad de pulsar ese botón, de manera que sea una elección consciente y no una imposición el calefactar un espacio con leña.


En el pasado no había elección, y así en muchas arquitecturas populares el hogar, el sitio donde se hacía la lumbre, que era a la vez chimenea y cocina, era el centro neurálgico de la casa, en torno al que se disponían todos sus habitantes. Así era en la casa de lo mineros, una construcción de 1888, donde la vida era bastente penosa, y ese rincón sería seguramente uno de los pocos donde tendrían algún momento de descanso. Sobre esta casa actualmente realizo, junto a un equipo de Silerus, un proyecto (no sólo) de rehabilitación, que incluye la reconstrucción de la chimenea-hogar, haciendo convivir, no sin tensión, sus huellas, su ruina, con nuevas tecnologías, para que sea a la vez un objeto capaz de transmitir las historias de la casa, así como una tecnología doméstica que cumpla su función de una manera más eficiente que en el pasado.
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Del lado de la arquitectura de arquitectos, una de las casas que más me intrigó al descubrirla es la Casa Vanna Venturi, que Robert Venturi proyectó para su madre, siendo construida entre 1962-1964. Es una obra que el arquitecto aprovechó para experimentar formalmente aquello que estaba investigando. Pudo ser así porque la cliente era su madre y confiaba en él. 
En esta obra la chimenea-hogar es uno de los elementos clave, no por su funcionalidad, sino principalmente por el simbolismo de su imagen. De hecho en el proyecto inicial su escala era mayor. Y es que toda la obra es una elección de elementos considerados por la disciplina arquitectónica del momento como ordinarios o extraordinarios, (lo cual formaba parte de su investigación en “complejidad y contradicción en la arquitectura”) puestos en tensión por los requerimientos del programa: debía ser la vivienda de una mujer anciana, amante del arte y la arquitectura y de los muebles que había ido recopilando a la largo de su vida. 



Más de cien años después de la Casa de los Mineros, y cincuenta después de la Casa Vanna Venturi, los habitantes de una masía en la aldea Cabranes, Asturias, han iniciado un proyecto de vida en la incomodidad de un mundo realmente rural. De esos mundos donde la industrialización casi ha pasado de largo, y ahora llegan con dificultad algunas nuevas tecnologías, y con sorpresa, algunos nuevos habitantes. Son habitantes que han vivido la experiencia de las grandes ciudades, incluyendo la experiencia de ser Okupas en lugares que mientras existieron fueron emblemáticos para parte de sus ciudadanos. A diferencia de los mineros, estos habitantes si han elegido estar ahí, entre otras opciones posibles. Y algunos de ellos saben que es un proyecto idealista, pero quieren estar ahí experimentando en primera persona todas sus implicaciones.
A mí esta separación tan radical entre lo urbano y lo rural me incomoda, y me gustaría que se superase empezando a hablar de otras realidades ruralcosmopolitas y viceversa, tendiendo mucho más a esa idea de metápolis de Françou Asher. Así este proyecto sería un nodo dentro de esa metápolis, que estaría compuesta por una red de grupos de personas que se han querido organizar para experimentar sobre entornos concretos, y compartir sus experiencias y conocimientos. Aparecerían los mapas de hipercontextos u otras nuevas representaciones, que necesitarán nuevas herramientas conectivas para construirlas.
Por eso prefiero definir esta masía más como un laboratorio-residencia artística, que como un proyecto de ecoaldea. Lo primero tiene la emoción de un lugar donde se experimenta y por tanto de donde pueden surgir nuevas modos de producción, en diferentes formatos: artísticos, domésticos, didácticos, corporales, tecnológicos...

Un ejemplo sería la estufa de leña realizada a partir de una bombona de butano reciclada y sin soldar, que versiona a las míticas estufas modelo Salamandra. Está expuesta en Re.HOgar13. Es evidente que no estamos hablando de un avance tecnológico. Aunque el objeto funciona bien, y sale más barato que comprarte una modelo Salamandra, el valor de este objeto es que es un diseño extremadamente reflexivo. Nos cuentan que la miras encendida y estás a la vez a gusto por el calor y en tensión porque mantiene el símbolo de la bombona de butano. No se han ido al campo a vivir tranquilos, están experimentando, están activos buscando otras maneras de hacer las cosas, y la creatividad necesaria para ello a veces requiere estar incómodo, estar en cierta tensión.



Quizás parezca que aportaciones de esta escala son demasiado menores para producir cambios significativos en lo arquitectónico, en lo político. Pero en la Guía SUB-Plan: A Guide to Permitted Development los autores se hacen la pregunta: are the implications of minor development more significant than planners imagine?" . Uno de los ejemplos de las transformaciones que estas actuaciones pueden provocar sobre lo construido, poniendo en tensión los límites de la legalidad, habla por sí mismo y se articula en torno a las chimeneas.
Para experimentar hay que poner cosas en tensión, y el hogar, entendido como casa y, en este post además, como lugar donde se hace la lumbre dentro de una casa, es un campo de experimentación realmente fértil por todas las implicaciones que tiene diseñar formas de habitar.

En las próximas semanas yo mantendré la estufa de leña de la casa en la que vivo. Me encantaría hacerme un día alguna como la de Re.colectivo para otras parte de la casa. Aunque ya puestos trataría de hacer una versión mejorada, De momento, puedo ya reafirmar la frase que oí decir a una anciana cuando le preguntaron si no tenía miedo de quedarse un día aislada en la casa y sin leña, a lo que ella contestó: “la leña calienta tres veces, cuando vas a cortarla, cuando vas a recogerla, y cuando la quemas”.
Y de paso experimentaremos otras formas de calefactar, que liberen de la dependencia de un único sistema o fuente energética.
 

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Hace poco me contaron la razón por la que se construyó un lago artificial bajo un puente en el Jardín del río Turia, en Valencia. Se debió a que durante un tiempo bajo ese puente se concentró una cantidad de sin techos lo suficientemente elevada como para considerarse un problema.


Mientras que algunas personas iban allí a dejar ropa, mantas, colchones y otros utensilios que pudieran ser de utilidad en ese contexto, otras proyectaban un lago, una superficie de agua que hiciese ese trozo de ciudad inhabitable por el ser humano.


Seguro que alguna mente fantaseó con la posibilidad de que, tras el desalojo de los sin techo y la construcción del lago, se construyesen chozas flotantes, al estilo de los habitantes de La Bañera, o chozas colgantes del puente, al estilo de ya sabes que famoso puente, o incluso que se construyese un puente bajo el puente…
y no porque esa mente fantasiosa piense que lo mejor para una ciudad es que la gente viva bajo sus puentes, sino porque simplemente es una realidad que existe gente tan necesitada como para hacerlo, y la solución no puede ser borrarla de las áreas de la ciudad donde no queremos verla.
No puede ser, pero es una solución muy común de los políticos al mando, seguramente porque el borrón y cuenta nueva es mucho más rápido y simple que la complejidad de un verdadero proyecto de rehabilitación sociológica, económica, arquitectónica, ambiental de una zona. Ciertamente lo último es muy complejo y requiere la habilidad de mirar de cerca, o mejor dicho, de interactuar de cerca con la realidad, sin negarla. 

En Alicante, la alcaldesa explicaba bien claro la razón por la que mandó demoler la plaza de Balmis: «El problema no era la plaza de Balmis, sino el ambiente que se había creado».

Se refiere a que era un plaza habitada principalmente por prostitutas y las visitas de sus clientes. Y al parecer, para dejar de ver esa realidad en la plaza existente, había que dejar de ver la plaza, había que demolerla, había que dar una nueva imagen, incompatible con la historia reciente del lugar. De esa historia no debe quedar ni rastro. Bueno, sí, algún azulejo


Yo, que nací en Alicante, nunca he tenido un vínculo afectivo por esta ciudad en sí, tal vez porque había que fijarse demasiado para encontrar el rastro de sus historias, de todas las que ocurrieran. Tal vez es eso, que no me fijaba lo suficiente. Quizás quede algún azulejo incrustado entre el nuevo hormigón de la plaza, que servirá a esos que sí se fijan y se empeñan en gritar que ALicante si tiene historias, y que no borrarlas ayuda a tener vínculos con ella.


Para las que no gritamos tanto por esta batalla (que por otras sí), lo que nos queda es fantasear. Ahora me imagino que alguien se hiciese con fragmentos de la plaza derruida, con azulejos de colores, y que reconstruyese una reinterpretación de la plaza en otro lugar. Y ahora me debato entre  que se reconstruye sobre la misma plaza del ayuntamiento o en medio del bosque. 

Confío en que existen soluciones mejores al borrón y cuenta nueva, que no son su opuesto, la conservación exacta y fiderigna de lo que hay. Mirar de cerca es una de las maneras de salirse de esos extremos, que en mi opinión, simplifican la realidad tanto que hacen que deje de ser humana.



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