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Hace poco me contaron la razón por la que se construyó un lago artificial bajo un puente en el Jardín del río Turia, en Valencia. Se debió a que durante un tiempo bajo ese puente se concentró una cantidad de sin techos lo suficientemente elevada como para considerarse un problema.


Mientras que algunas personas iban allí a dejar ropa, mantas, colchones y otros utensilios que pudieran ser de utilidad en ese contexto, otras proyectaban un lago, una superficie de agua que hiciese ese trozo de ciudad inhabitable por el ser humano.


Seguro que alguna mente fantaseó con la posibilidad de que, tras el desalojo de los sin techo y la construcción del lago, se construyesen chozas flotantes, al estilo de los habitantes de La Bañera, o chozas colgantes del puente, al estilo de ya sabes que famoso puente, o incluso que se construyese un puente bajo el puente…
y no porque esa mente fantasiosa piense que lo mejor para una ciudad es que la gente viva bajo sus puentes, sino porque simplemente es una realidad que existe gente tan necesitada como para hacerlo, y la solución no puede ser borrarla de las áreas de la ciudad donde no queremos verla.
No puede ser, pero es una solución muy común de los políticos al mando, seguramente porque el borrón y cuenta nueva es mucho más rápido y simple que la complejidad de un verdadero proyecto de rehabilitación sociológica, económica, arquitectónica, ambiental de una zona. Ciertamente lo último es muy complejo y requiere la habilidad de mirar de cerca, o mejor dicho, de interactuar de cerca con la realidad, sin negarla. 

En Alicante, la alcaldesa explicaba bien claro la razón por la que mandó demoler la plaza de Balmis: «El problema no era la plaza de Balmis, sino el ambiente que se había creado».

Se refiere a que era un plaza habitada principalmente por prostitutas y las visitas de sus clientes. Y al parecer, para dejar de ver esa realidad en la plaza existente, había que dejar de ver la plaza, había que demolerla, había que dar una nueva imagen, incompatible con la historia reciente del lugar. De esa historia no debe quedar ni rastro. Bueno, sí, algún azulejo


Yo, que nací en Alicante, nunca he tenido un vínculo afectivo por esta ciudad en sí, tal vez porque había que fijarse demasiado para encontrar el rastro de sus historias, de todas las que ocurrieran. Tal vez es eso, que no me fijaba lo suficiente. Quizás quede algún azulejo incrustado entre el nuevo hormigón de la plaza, que servirá a esos que sí se fijan y se empeñan en gritar que ALicante si tiene historias, y que no borrarlas ayuda a tener vínculos con ella.


Para las que no gritamos tanto por esta batalla (que por otras sí), lo que nos queda es fantasear. Ahora me imagino que alguien se hiciese con fragmentos de la plaza derruida, con azulejos de colores, y que reconstruyese una reinterpretación de la plaza en otro lugar. Y ahora me debato entre  que se reconstruye sobre la misma plaza del ayuntamiento o en medio del bosque. 

Confío en que existen soluciones mejores al borrón y cuenta nueva, que no son su opuesto, la conservación exacta y fiderigna de lo que hay. Mirar de cerca es una de las maneras de salirse de esos extremos, que en mi opinión, simplifican la realidad tanto que hacen que deje de ser humana.



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